Quiero empezar mi psicoanálisis

viernes, 31 de julio de 2015

La represión y el deseo que nos habita

Areli Nohemí Gutiérrez Rodríguez nos deja una interesante reflexión sobre la represión, nos puede ayudar a entender el sentido y el por qué de la represión, y cómo lo reprimido sigue operando atemporalmente y empujando desde el inconsciente, por ejemplo, en un acto fallido. Agradecimientos a la autora, a Victor Villareal y al blog de donde está tomado ( http://ennombrepropi.blogspot.mx/ ).

En la clínica psicoanalítica nos topamos todos los días con la represión en el dispositivo analítico.  Cada paciente manifiesta en algún momento esta represión como impedimento para poder avanzar en su análisis. Esto mismo fue para Freud uno de sus primeros descubrimientos con los pacientes. Esta represión, es manejada hoy en día como mecanismo de defensa la cual nunca es completa, es el acto más importante pero fallido que hace el sujeto. La represión no es absoluta, el Yo hace un gran esfuerzo por tener bajo control el deseo y por eso entre más Yo, menos sujeto del deseo, el Yo es pura imagen, imágenes del Otro (estadio del espejo) el Yo al defenderse de este deseo intenta ocultar su falta, esta falta estructural que el yo trata de saturar por medio de la represión.

Elizabeth Roudinesco nos da una definición de Represión en su diccionario de Psicoanálisis:  “En el lenguaje corriente, la palabra represión designa la acción de hacer retroceder, rechazar o repeler a alguien o algo”. También nos menciona que en Francia se utiliza la palabra cuando se le niega el acceso a un país o a un recinto particular.

Tenemos entonces el retroceso (regreso), rechazo de algo o alguien, así como la negación a entrar a algún lugar. En este caso la consciencia (yo) juega el papel de mediador. Freud nos dice que la represión es el proceso que apunta a mantener en el inconsciente todas las ideas y representaciones ligadas a pulsiones cuya realización generan placer y estas afectarían el equilibrio del funcionamiento psicológico del individuo al convertirse en fuente de displacer, ya que éstas no son aceptadas por el psiquismo consciente. Freud nos dice que la represión es el pilar sobre el que se basa el edificio del psicoanálisis y se da como resultado en un trabajo psicoanalítico. Esto es lo que se presenta en cada sujeto que vive la experiencia analítica, de formas diversas podemos vivirla y percibirla en los pacientes.

¨Nuestra compresión consciente se apartan del recuerdo. Esto es lo que uno llama represión” (Freud) y la represión se hace sobre las representaciones, imágenes o ideas que aunque reprimidas, siguen activas en la forma de brotes  pronto  a retornar conscientes.
Freud distingue tres tiempos constitutivos de la represión:
1.- La represión propiamente dicha o represión de la posteridad.
2.- La represión originaria.
3.- El retorno de lo reprimido en las formaciones del inconsciente.

La represión como tal se ejerce sobre los representantes de la pulsión, el inconsciente realiza una investidura sustitutiva, hay una represión que se ha hecho anteriormente y es nombrada por Freud como represión originaria, este es el resultando; una fijación del rechazo inicial, quedando así un representante reprimido  que subsiste de manera inalterable y sigue a la pulsión, por eso se hace retorno a lo reprimido manifestándose como síntoma, sueños, actos fallidos que Freud nombraría formaciones del inconsciente.

¿Qué es entonces lo que reprimimos y por qué?

“Aprendemos entonces que la satisfacción de la pulsión sometida a la represión; será sin duda posible y siempre placentera en sí misma, pero sería inconciliable con otras exigencias y designios. Por tanto, produciría placer en un lugar y displacer en otro. Tenemos así, que la condición para  la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la satisfacción”. (Freud, la represión 1915).

Con esto podemos explicar en clínica, la forma como los pacientes van dejando de lado un deseo placentero que tiene que ser reprimido y más aún olvidado,  resultando un síntoma repetitivo (e intolerable) que intenta en cada repetición solucionar ese problema o acto que la hace sufrir; cito un caso: Paciente de 26 años, tiene 4 hijos y es estudiante de psicología. Se presenta en el consultorio por sentir no poder con su vida, hay confusión en la forma de alejarse de su actual marido, el cual la golpea; la maltrata física y verbalmente. Él ha pedido el divorcio y ha  abandonado la casa. Ella lo único que sabe es “que no puede vivir sin él”; su pareja anterior, la maltrató de igual forma y la relación terminó solamente hasta que apareció el actual marido, quien lleva la violencia hacia todos los miembros de la familia de forma similar al anterior. Vemos así, como la represión ha hecho su labor, el displacer ha cobrado un poder mayor que el placer de satisfacción.

La negación de este trauma vivido con sus parejas anteriores es lo que realmente está afectándola, su forma de recordarlo, no tanto la realidad; sino la forma en que estructuró esas representaciones. De modo que, por medio de la negación y del olvido, hace como si no hubiera pasado y vivido nada de esa violencia, y la justifica. Su mecanismo de represión, separa la carga de afecto de la representación, incubada o fijada en el inconsciente

Pero, ¿por qué reprimimos?

Dije al inicio que hay una primera fase de la represión que consiste en que a la agencia representante psíquica de la pulsión se le deniega la admisión en lo consciente, así se establece una fijación, al impedir su paso. De esta forma la representación queda inmutable y la pulsión ligada a ella, se reprime, tomando, así, el nombre de reprimido primordial (Freud, La represión, 1915).

“Con facilidad olvidamos que la represión no impide a la agencia representante de pulsión seguir existiendo en lo inconsciente, continuar organizándose, formar retoños y anudar conexiones. En realidad la represión solo perturba el vínculo con un sistema psíquico: el de lo consciente” (Freud, La represión, 1915). Y esto lo vemos denegando la satisfacción y creando por ello fantasías, ya que estos representantes reprimidos se desfiguran adoptando diferentes formas que permiten su salida a la consciencia.

Esto es lo que intentamos en la clínica con cada paciente, invitarlo, conducir en el análisis a la producción de esos retoños de lo reprimido que gracias a su distanciamiento y por la desfiguración que ha sufrido  podemos verlos en la consciencia librando la censura, establecemos  (hacemos)  así una interpretación. Vemos entonces como el paciente habla y habla hasta tropezar con algo que lo vincula con lo reprimido y se le presenta tan intensamente que se ve forzado a repetir su intento de represión.

Nos damos cuenta como los síntomas hacen la función de evitar el acceso a la consciencia, este síntoma termina siendo una formación de esos retoños de lo reprimido.

En este punto tenemos también a la vista, ello por medio de los lapsus, chistes, equivocaciones, sueños, etcétera, la cancelación de la represión momentáneamente,  pues enseguida se restablece.

“No, sino que la presión exige un gasto de fuerza constante; si cesara, peligraría su resultado haciéndose necesario un nuevo acto represivo” (Freud, La represión, 1915). De esta forma la represión ejerce una presión continua  en dirección a lo consciente, el mantenimiento de una represión supone una continua fuerza, el sujeto tiene que hacer una contrapresión para mantener el equilibrio.

Nos damos cuenta del fallo de la represión cuando la pulsión ha podido salir y presenta angustia en la persona, la intención de la represión es evitar cualquier displacer, al sentirlo el paciente, percibimos, siguiendo a Freud, que la represión fracasó en su intento.

“Cada psiconeurosis acaso es singular por un mecanismo represivo propio” (Freud, La represión, 1915). En esta situación individual completamente, Freud nos dice que se dan formaciones sustitutivas de la representación, donde cada sujeto asimila y deja registrada la representación según como pudo asimilarla y adaptarla a su entorno, por ello es más importante lo que hable el sujeto que lo que en verdad haya sucedido.

Con lo hasta aquí dicho, vemos como quedan sometidas las pulsiones a la represión constante, con desplazamientos, salidas momentáneas y síntomas como resultado de la tensión y lucha interna del psiquismo, no por ello sin afectación del cuerpo en la mayoría de los casos: “Si se tratase del efecto de un estímulo exterior, es evidente que la huida sería el medio apropiado. En el caso de la pulsión, de nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo” (Freud, La represión, 1915).

Regresando a la formación sustitutiva de la cual hablé hace unos momentos, es importante señalar como puede desplazarse este sentimiento de angustia vivido por la persona, dije que ese sentir de angustia, nos daba la pauta para saber que la represión falló. Pero, ¿en dónde se plasma esta angustia suscitada? Freud nos muestra cómo la encontramos en el miedo a un objeto o en una situación en forma de fobia; de este modo, se sustituyó la representación, pero el displacer no se evitó en modo alguno. Así, la finiquitación del monto de afecto que es la genuina tarea de la represión, no se logró.

Llegamos entonces con todo lo dicho a visualizar cómo se intenta, por todos los medios con los que cuente cada sujeto, llegar a la cancelación; omisión, trasmutación, de esa representación sometida en todo momento por la represión. Es así como cada retoño de lo reprimido, nos da un indicio de lo que puede estar reprimido, pero de ningún modo nos da la seguridad del cambio, sobre todo si el paciente no logra hacer la experiencia en análisis.
“El psicoanálisis nos ha enseñado que la esencia del proceso de la represión no consiste en cancelar, en aniquilar una representación representante de la pulsión, sino en impedirle que devenga consciente “ (Freu, Lo inconsciente, 1915).

Lo reprimido, pues, es una parte del inconsciente y como tal es su contenido (pulsión-representación); son, por lo regular, un asombro para la consciencia, ya que ésta siempre se siente sorprendida, sacudida, afectada como por algo extraño y externo a ella, como si eso que se le presenta y representa su palabra, fuera totalmente ajena. Y, nos preguntamos, ¿hasta qué punto no lo es?


Es la palabrería del discurso del Otro lo que aprendemos, lalengua  de la madre (Lacan); y solo cuando le damos palabra a esa representación que nos sacude, podemos hablar de algo personal.

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