Uno
es lo que hace.
Jaques
Lacan.
En estas fechas muchos jóvenes estarán pensando qué
carrera elegir, qué profesión desarrollar, qué quieren ser/hacer en su vida.
Son momentos en los que uno se pregunta cuál es su vocación, sin saber
claramente su significado, y otros, peor, ni siquiera se lo preguntan. En
cualquier caso, es una etapa de sentirse perdido (ver: Jóvenes perdidos). Pero
es sano sentirse así, la vida nos pone siempre la dura tarea de elegir, y toda
elección tiene un coste.
La vocación se define como algo que uno está
llamado a ser, y de hecho viene de la cuestión religiosa de la llamada de
Dios, que de alguna forma te hace ver cuál es tu camino. De esto se ha creado
una creencia en la vocación que genera algunos problemas a la hora de elegir.
Tratar de averiguar lo que uno está llamado a ser puede convertirse en una
forma de dormirse esperando esa llamada de otro que le diga quien ser. El
sujeto se vuelve pasivo en su elección. O pensar: “si no tengo vocación, es que
no valgo para nada”. En psicoanálisis vemos como este pensamiento trampa en
apariencia resignador le sirve al sujeto para no hacer nada y para desligarse
de su responsabilidad de elegir.
Hay personas que sienten la vocación desde pequeños,
que dicen, yo quiero ser profesor, médico, futbolista, etc… no por esto podemos
pensar en una vocación innata o en un llamado. De hecho, muchos ni siquiera
hicieron después eso que sintieron que era su vocación, u otros sintieron otra
en otro periodo de su vida. Quizá a veces confundimos la vocación con el
talento, ya que nos gusta hacer lo que se nos da bien. Pero ese talento si uno
no lo desarrolla no le servirá para llegar a nada. Otras veces uno tiene el
sueño de convertirse en algo concreto, pero no manifiesta un talento especial,
sin embargo trabaja duro y lo consigue. Y en otros casos el deseo de ser algo
llega más tarde, y la persona elige algo con lo que se compromete, trabaja y se
convierte en eso que eligió.
Más allá de un llamado, podemos sentir que queremos
ser/hacer algo entre otros motivos porque se nos da bien y nos sentimos bien
desarrollando esa actividad o por identificación con alguien que admiramos (el
mercado lo sabe muy bien), puede ser una figura pública, amigos, mayores, los
padres, etc…
El otro extremo, que entre los jóvenes españoles es
muy habitual, es la persona que estudia o trabaja en una profesión que no le
gusta, no saben bien porque la eligieron o lo hicieron por motivos que no
venían de ellos. Aquí podemos recuperar desde lo simbólico eso de “el llamado”.
Es que literalmente han sido llamados a cumplir el deseo del otro. En muchos
casos eligieron lo que hacen porque se sintieron obligados por sus padres o
figuras primordiales (por mandato directo o por el mandato introyectado
superyoico: lo que siento que quieren de mi), o por la presión social (una
carrera con salida laboral rápida, que se gane mucho dinero, que esté bien
reconocida, etc…). Y así, encontramos muchos jóvenes con vidas vacías (porque
eso contagia al resto de facetas de su vida, y al resto de elecciones, pareja,
amigos…) que no son felices con lo que hacen, y peor, que no saben dónde está
su deseo. En la clínica vemos lo difícil que es en muchos casos encontrar el
deseo propio, sobretodo en los pacientes a los que no se les permitió elegir en
su vida. No suele ser sólo el aspecto profesional, suele englobar el resto de
decisiones en su vida, y viene desde la infancia.
Y es que para un niño, sus padres o figuras
primordiales son su representación de la realidad. El niño necesita creerse el
mundo como se lo enseñan sus padres para poder construirse el suyo propio.
Necesita saber que en casa está seguro, que si le han dicho que en verde puede
cruzar el semáforo puede hacerlo, que si le dicen “tranquilo, eso no es
peligroso”, no lo es. En definitiva necesitamos confiar, y esto tiene más que
ver con la fe que con la realidad, así que podemos decir que estas figuras se convierten en dioses cuya
palabra es la verdad. Con esto quería dejar clara la gran influencia
procedente de estas figuras, que nos educan para que podamos afrontar una vida.
Y una de las cosas en las que se debe educar a los hijos es en que aprendan a
elegir por ellos mismos, está claro que siempre va a haber una influencia, que
también, como decía antes puede venir dada por la admiración. Pero en muchos
casos esta función paterna deja de ser de guía como debería ser para
convertirse en satisfacer el deseo propio en el hijo: “Tiene que ser ingeniero
como su padre y su abuelo”, “tiene que continuar el negocio familiar”, “tiene
que ganar mucho dinero”, colocarse rápido, salir a trabajar pronto, la carrera
que no hicieron ellos, la que sí hicieron… Frases que seguro hemos escuchado.
La trampa es que el deseo no es de quien está
eligiendo, sino de otro, que vierte sus necesidades y angustias en él, y queda
sepultado el deseo de uno para vivir una vida satisfaciendo al otro. Lo trágico
es que muchos de quienes lean esto pensarán que eso es muy normal y que no es
tan grave. Pero que se haya vuelto tan corriente no le quita su problemática, y
no por eso no se puede cambiar. Si ya es fuerte el sistema social actual con
sus demandas desde el mercantilismo y sus convencionalismos sociales, y encima
desde la familia, que constituye la socialización primaria no se le permite
cierta independencia al sujeto no nos sorprendamos de que esta sea la era de la
ansiedad, la depresión, el suicidio… Y es que sepultar el deseo de alguien es
anularlo, y cuando tenga que proyectarse en algo, por ejemplo en qué quiere ser
en el futuro, no va a poder imaginarse más allá del Otro, con lo que su vida
pierde el sentido y sufre la angustia correspondiente.
Por eso repito que las figuras primordiales deben
acompañar al sujeto, no empujarle a lo ajeno, ya es bastante difícil el sistema
que hace elegir itinerarios de asignaturas con 16 años y carrera a los 18
cuando el adolescente actual no está formado para elegir, no lo pongamos más
difícil.
En la clínica tratamos justamente de guiar al sujeto
en la búsqueda de su deseo. Y lo hacemos escuchándole a él, escuchando
en transferencia para devolverle el hilado de lo que nos dice, y que pueda
desalienarse del Otro en la medida de lo posible y comprometerse con aquello
que elige. Porque más que una vocación innata, hay una vocación que se
construye, con más o menos talento pero no sin esfuerzo. Es el compromiso con
lo que se hace, tomar la decisión interna de ser algo, más allá de hacerlo por
dinero, por posición social o por mandato de otro. Y esto supone un grandísimo
esfuerzo, que menos que hacerlo por uno y no para satisfacer a alguien ajeno.
Luis Martínez de Prado.
Psicólogo –
Psicoanalista.
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